sábado, 25 de febrero de 2012

Cuando lo “bagre” se hizo “In”

Cuando en 2007 el periodista Jorge Ortiz* entrevistó a Delfín Quishpe, la música popular ecuatoriana o los estilos “irreverentes” a lo establecido, parecían legitimarse en el sistema del mass media. No era sin embargo, la primera vez. Allá por 2003 el programa La Televisión* reportó con aires de inclusión y de curiosidad esa extraña forma de los jóvenes divertirse en discotecas oyendo música más irreverente aún; era el llamado reguetón. Con curiosidad, el guión del programa descubría al público el apelo sexual de esa música, los pases que conllevaban ese ritual dancístico y la rebeldía –fracasada– de su ritmo y letras. Hoy tanto Quishpe, como el reguetón son comida de todos los días en radios y fiestas populares de cualquier clase social en el país, incluso de eventos políticos o de conciertos cristianos. El fenómeno migratorio hizo lo suyo para entronizar ídolos excluidos, en objetos comerciales mediáticos.

El hecho puede parecer actual, pero no lo es. Tengo 41 años y recuerdo que en Ecuador, en mi infancia, la música de doméstica era la música de Radio Melodía AM, que luego se trasladó a Onda Azul FM y parecían marginales al sistema. Leonardo Fabio, Leo Dan, Tormenta, por un lado; o los ritmos que acompañaban a viejos artesanos, de oficios que ya desaparecen con el tiempo, como sastres, zapateros, mecánicos de barrios: pasillos, yavirés, boleros de taberna, folklor andino, en Radio Quito, Tarqui, Gran Colombia u otras. Incluso la música chicha, que por radio escuchaban y escuchan comerciantes indígenas que bajan del páramo y se oyen en mercados. Las radios pop solo articulaban listas de músicas preferidas por adolescentes y adultos jóvenes de oficina en inglés -de preferencia-, y luego en pop en español proveniente de México, Argentina y España. Un sometimientos de la industria fonográfica de auge, que tapaba lo que era parecía la subcultura: la “bagrera”.

Las radioemisoras que apostaban por este estilo, sabían que lo hacían a segmentos bajos, invisibles en la gran prensa. Ni diarios ni TV abierta, visibilizaban esos estilos. Pues los enlatados del exterior tanto gringos, mexicanos o venezolanos traían ídolos y divas adolescentes, de novelas de empleadas o de casadas ricas, para en una lógica comercial que llamaría de siniestra, vender conciertos, moda, y material impreso para llenar paredes de cuarto. Hoy, esos ídolos de antaño acogen en algunos segmentos esos momentos bagre a sus ritmos o composiciones y estilos, para no perder vigencia. Ya Ricky Martin produce videos con una pareja de reguetoneros para no estar ‘out’. Los Iracundos ya fueron contratados por el poder político ‘populachero’ de Bucaram en hoteles cinco estrellas. Leonardo Fabio ya hizo cine cult en su país y Segundo Rosero participó en una película expuesta en el circuito comercial con estrellas como Ana Cristina Botero, actriz del ‘establecimiento’ colombiano.

El que antes hayan sido “marginados” del sistema, pero supervivían en la subcultura, no impidió que el establecimiento cultural y de mercado no los acoja, si representaban ganancias. Pero en Ecuador y creo que generalmente Latinoamérica, eso implica que muchos artistas pierdan esencia para no desaparecer. Rockeros cantando músicas pop o hasta tecno cumbia chicha puede haber sonado un sacrilegio en la década pasada. Pero Hugo Ferro no es tonto y para ‘integrarse’ invitó a Delfín Quishpe a cantar junto (puede leerse al revés también), es una estrategia comercial, más que una reivindicación cultural. Ya Ferro (colombiano de origen) acopló su banda de rock-pop un nombre más ‘castizo’ para popularizarla.

El sociólogo francés Pierre Burdieu teorizó respecto de esto en su libro La Distinción: Crítica Social del Juzgamiento, cuando indagó en los franceses sobre su aprobación o no de objetos de arte, determinados por su bagaje cultural, ligado íntimamente a su lugar social.

En Ecuador aún hay un prejuicio social respecto del dime qué oyes y te diré quién eres. Empero somos el reino del vale todo o “de todo un poco” en música. No se extrañe ver a chicos emo en discotecas bailando cachullapi en una amanecida, si así lo exige la ‘masa acrítica’, en fiestas de Quito –y el licor también. Uno de los segmentos aún marginales es el metalero-punkero-hardcore. No están en programas de medios de TV o espacios de los rotativos diarios. Se ganaron ‘huecos’ en pocas radios y locales temáticos en determinados centros comerciales populares; quizá son aún quienes mantienen una esencia e identidad fija, debido a lo estridente de su música y lo dark de su estilo; pero de ahí, no sorprenderá a futuro ver a Fausto Miño cantar con algún lagartero o bolerista como ya lo hizo Juan Fernando Velasco (exrockero), o a Los Tercer Mundo bordear una tecno cumbia rocopop; y a la Mirella Cessa entonar clásicos andinos en ritmo pop. Pues lo bagre puede sonar ‘in’ si se lo hace pop quien sabe si quede chic con el tiempo.

J.F. Velasco en Tercer Mundo, banda pop-rock adolescente de los 80s

Ahora pienso que esos eventos de premios Grammy, Grammy Latino, Lo Nuestro, etcétera, luchan por sobrevivir, pues el internet y sus redes sociales, posibilitaron al mundo, escuchar, ver y disfrutar algo que en los mass media del establecimiento, estaba vedado, excluido o limitado.

*El establecimiento mediático ecuatoriano veía a estos dos programas (La Televisión, dominical, o Este Lunes y Jorge Ortiz), y a otros más, como espacios de culto. Políticos, actores sociales o culturales no podían obviar el aparecer en estos espacios creados por la TV nacional, para proyectarse o legitimar su imagen y discurso.

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